miércoles, 26 de diciembre de 2012

Un graznido en la fría noche

   Las gotas tamborilean acompasadas, y como base de un canto secreto y extraño me introducen en una dulce somnolencia. Veo cenizas, polvo de mí mismo, los pies descalzos acarician esa trampa de huellas, juguetean, caminan... la lluvia hace una ligera pasta, tan suave y oscura que parece un negro plumón. La gravedad hace el resto arrastrando lo que fui, un arroyuelo bajo el cielo nocturno, un rumor, nada más. Las estrellas se dejan mecer desde los gemelos del firmamento, el invierno me rompe, mi aliento se congela y toma una cristalina forma, un ojo, brillante y pequeño; se condensa en una partícula de azabache, pulida y redonda, en ella estoy reflejado. De golpe un revoloteo, doy un paso adelante pero me alejo, es un cuervo, majestuoso y soberbio, tras un salto se entroniza en el esqueleto de un estilizado abedul, me mira, lo miro ¿Soy yo? En parte. Su pico es un cincel, con un graznido fragmenta la roca de mi corazón. Despierto. 

  Su grito es una revelación: despierta, despierta, ¡despierta! Mi guardián y compañero me avisa, lo agradezco; llevaba tiempo buscando una salida. Siempre los druidas contaron con un cuervo, un infatigable ave de inteligencia vivaz y poderes ocultos, algunos incluso fueron enseñados a hablar. Odín, rey de los dioses nórdicos tenía dos a su servicio: Hugin, pesamiento y Munin, memoria. Brennnos...cuervo, estandarte de Morrigan diosa de la guerra. Mensajero entre mundos. Piadoso y vigilante guía, gracias por despertarme.



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